domingo, 28 de mayo de 2023

La ubicuidad de Claudia López

 El título de este escrito lejos de pretender endiosar a la alcaldesa de Bogotá, trata  de plasmar la interpretación de la cuarentena en Bogotá vivida por un niño de cuatro años.

Al lograr salir del país y tras muchos esfuerzos, de regreso en Frankfurt lo primero que le expresó a su padre antes de caer rendido en sus brazos fue: «Claudia López está por toda Bogotá, porque el virus está por todo lado».

Con el concurso «del niño que más tiempo dure en casa sin salir» de Claudia López, logré no solo convencer a mi hijo de que debíamos quedarnos en casa, sino además hacerlo con decisión y entusiasmo. Por lo menos al principio, aunque la verdad es que a medida que pasaban los días se iba volviendo más y más difícil justificarlo. Aún así siempre hubo un dulce o una gomita que Claudia López autorizaba a darle cada día por ir ganando el concurso.

Poco a poco la figura de la alcaldesa fue tomando más protagonismo.  Activando el sonido del celular simulábamos que Claudia llamaba  para felicitarlo o para darnos indicaciones: – Claudia López te mandó un osito de goma porque pasaste otro día en casa, – Claudia López acaba de llamar para decir que es hora de que los niños se duerman.  – Claudia López nos dio permiso para ir al aeropuerto.

Cuando debía salir a conseguir provisiones tenía que justificárselo muy bien diciéndole que Claudia López me había dado permiso,  y cuando notaba que alguien había salido le decía: ¿saliste? Entonces vas perdiendo y yo voy ganando.

En mi opinión las medidas de restricción para los niños en Colombia han sido excesivas y a pesar del concurso el encierro fue haciendo mella en nosotros. Los rasgos del estrés empezaron a notarse primero en mi hijo: estaba nervioso, irascible y con problemas estomacales y de alimentación.

Pero en este punto cuando creíamos que no aguantábamos más llegó una buena noticia de la embajada de Alemania: debido a que mi hijo es alemán y yo soy familiar de alemanes, en dos días tendríamos un cupo en un vuelo humanitario organizado por la embajada de Holanda en colaboración con las otras embajadas europeas, con prioridad debido al niño y para permitir reunir la familia. Lo mejor de todo es que era con KLM/Air France, la aerolínea con la que teníamos nuestro tiquete, razón por la cuál no tendríamos que pagar de más.

Pero no pudimos viajar. Asumo nuestra culpa: la premura del viaje, los rápidos preparativos, el riesgo de enfermarse por Covid19 y tanto estrés acumulado durante la cuarentena nos hizo olvidarnos del requisito de un permiso del padre firmado en el consulado de Frankfurt, para poder salir de Colombia. No habíamos expedido este documento pues tras las últimas noticias de la aerolínea nuestro viaje se había aplazado hasta el 3 de agosto y este documento pierde su validez cuando se expide con mucho tiempo de anticipación.

Una vez estábamos en frente del cubículo de migración, la noticia nos cayo como un baldado de agua fría. Fueron en total cuatro agentes de Migración Colombia con los que interactuamos, todos igual de agresivos. El primer intercambio de palabras con la señora que nos atendió fue: – No se acerque al vidrio, aléjese. Después de varios meses en Colombia el niño había afinado su español y entendió perfectamente el lenguaje corporal agresivo de la agente y sus palabras negándonos viajar porque nos hacía falta un permiso de salida firmado por el padre y autenticado en el Consulado.

El niño entró en pánico y empezó a gritar diciendo que él era alemán y no colombiano, que quería ir a ver a su papá. En realidad él no entiende el concepto de «ser» alemán o colombiano, creo que piensa que ser alemán es hablar aleman y vivir en Alemania. Pero la actitud de la agente de Migración Colombia fue ponerse a discutir con el niño. En reacción el niño gritaba y se levantaba de su maleta carrito intentando huir errático. La agente debió haberse mantenido al margen o al menos intentar calmarnos, pero hizo lo contrario. Es evidente que no estaba capacitada para tratar con niños o una situación similar, incluso en un escenario sin vuelo humanitario o pandemia.

Todo el episodio fue grotesco y de mucha agresión. Cuatro agentes con mucho poder intimidando con gritos y expresiones desobligantes a una madre y a su hijo de cuatro años. Esto en un contexto de estrés por la gran exposición al Covid19, un niño alterado y nervioso que se retiraba su tapabocas con frecuencia, la posibilidad de no viajar a unificar la familia y la posible pérdida del tiquete. El niño decía constantemente: – Quiero ir al avión para que me lleve con mi papá. En ese momento empecé a sentir que me faltaba el aire, pero mantuve la compostura, estaba en un estado de vulnerabilidad inmensa.

Nos pusieron muy nerviosos y nos agredieron constantemente. El manejo de la situación fue detestable, nos trataban como si fuéramos delincuentes y mientras la agente realizaba todo el procedimiento para sacarnos del punto de control y llevarnos a un cuarto al lado del recinto con otro agente, se iba abrazando y celebrando entre risas con los compañeros que se topaba (¿tal vez por el reencuentro?), no lo sé, pero esto sucedía mientras nosotros vivíamos un infierno. Esta actitud era perturbadora e indolente, no le importaba en lo más mínimo nuestra angustia o dolor. No hubo ninguna muestra de compasión o empatía.

Con nuestros pasaportes en mano nos dirigió a un cuarto al lado del recinto de migración y se los entregó a un agente detrás de un vidrio grueso. Después de muchos minutos y aún con la esperanza de poder solucionar la situación le pregunté con amabilidad al agente que retenía nuestros pasaportes si tardaría mucho, la respuesta fue un grito delirante que puso aún más nervioso a mi hijo quién se paró de su maleta carrito e intentó huir nuevamente. Yo lo alcancé y traté calmarlo.

Cuando recuperamos nuestros pasaportes me dirigí al equipo de la embajada de Holanda que coordinaba el vuelo humanitario; un señor muy amable me atendió. Cuando estuve frente a él me derrumbé y rompí en llanto. El señor me calmó y me llevó a una silla, me dijo que él era el embajador de Holanda y que llamarían al representante de la embajada de Alemania. Lo recuerdo con una sonrisa que me tranquilizaba y diciéndome: – Aún faltan unas horas para que el avión salga, intentaremos arreglarlo.

Rápidamente llegaron dos representantes de la embajada de Alemania que fueron nuestro soporte y apoyo. Desde que nos encontraron permanecieron junto a nosotros en todo momento. Con uno de ellos regresamos a la zona de migración y él pidió conversar con el coordinador de Migración Colombia, le explicó su cargo federal e intentó mediar, diciéndole que la embajada de Alemania podría expedir un permiso de salida del padre. Pero el coordinador de Migración Colombia fue cortante, grosero y le dijo que no. Después se dirigió hacia mí de manera autoritaria y agresiva diciéndome:  -Si sabía que iba a viajar por qué se durmió con ese papel.

Ante la negativa no quedó más remedio que ir a recuperar las maletas que ya habían sido embarcadas, una espera larga y agotadora, el niño cansado se retiraba el tapabocas cada vez con más frecuencia. En todo el proceso un representante de la embajada de Alemania nos acompañó y después de casi dos horas, ya con las maletas, conversó con el embajador de Holanda sobre nuestra situación, los dos me calmaron diciendo que estaban planeando otros vuelos humanitarios y que harían lo posible para llevarnos a casa.

Finalmente mientras el representante de la embajada nos acompañaba hasta el auto, todo el  grupo de apoyo del vuelo humanitario del aeropuerto (muchas personas y equipos coordinando el procedimiento de bioseguridad y abordaje) se lamentaba y nos expresaban con asombro su tristeza. Después de semejante proceso para abordar, ¿cómo era que estábamos regresando? Cuando el niño se dio cuenta de que en realidad estábamos saliendo del aeropuerto entró en histeria, nunca antes había hecho algo así, se quitó el tapabocas, lo lanzó al suelo y salió corriendo. Yo dejé todo tirado y me fui detrás de él, lo abracé con mucho amor y lo tranquilicé. Lloraba y gritaba. El representante de la embajada le dijo: tranquilo que en una semana nos volvemos a ver para que te subas al avión. Ahí empezó a calmarse. Después le dije: no te preocupes, Claudia López dijo que nos volverá a dar permiso para regresar al aeropuerto y que fuiste muy valiente, por eso te ganaste una paleta para mañana. Después de eso se quedó dormido.

Es difícil asimilar la realidad colombiana e imposible no comparar. Mientras los gobiernos de Europa ponían a sus embajadores y altos mandos de las embajadas a coordinar los vuelos humanitarios, Migración Colombia dejó a cargo de semejante contingencia a agentes con muy poca preparación y calidad humana. ¿Dónde habrá estado el director de Migración Colombia o algún representante del ministerio de relaciones exteriores? Tal vez en sus casas haciendo teletrabajo.

Para mi es posible aceptar esta situación en la que es imposible sacar a un niño de Colombia sin un permiso de salida expedido por un consulado, a pesar de un vuelo humanitario de emergencia y una pandemia nunca antes vista en el mundo. Lo que no termino de aceptar es el maltrato al que fuimos expuestos. Esa negativa a abordar el avión pudo haber sucedido de otra manera, los agentes de Migración Colombia pudieron habernos explicado la situación con delicadeza, dándole prioridad a la salud mental y emocional de un niño de tan solo cuatro años e incluso la mía. Pudieron comunicarnos la mala noticia con prudencia, con amabilidad, sin autoritarismo ni agresividad.

La embajada de Alemania nos acompañó después de ese fatídico día. Gestionaron con la embajada de Holanda un nuevo cupo en un vuelo humanitario de KLM 11 días después, y la compañía con amabilidad y diligencia, hizo una gran excepción por la pandemia, valiéndonos el tiquete con conexión hasta Frankfurt, aún cuando el sistema no lo permitía. Vivimos un final feliz gracias al acompañamiento incondicional de la embajada de Alemania con la que estoy profundamente agradecida.

La segunda vez que viajamos lo logramos gracias a la solidaridad del consulado de Colombia en Frankfurt en cabeza de su cónsul, quién fue muy amable y expidió con urgencia el permiso de salida del niño, pues debido a la pandemia el consulado atiende por citas que están represadas y tardan varios días en ser otorgadas.

El día de nuestro viaje tuve que controlarme mucho, después de este suceso tuve varios ataques de pánico, una sensación de quedarme sin aire, que por fortuna pude identificar y trabajar.  Aún así tenía mucho miedo de llegar al cubículo de migración, pero la bienvenida que el equipo de la embajada de Alemania y de Holanda nos dieron me hizo sentir respaldada. El equipo de la embajada de Holanda nos trató con mucha delicadeza, me ayudaron a llevar las maletas, luego me buscaron en la fila larga y me llevaron donde una coordinadora de KLM quién nos dio la prioridad.

En migración no había una fila preferencial para las familias con niños y allí la espera fue larga. El niño estaba miedoso y antes de entrar me preguntó: ¿acá es dónde están los señores ogros disfrazados de aeropuerto que nos gritaron? Pero yo le dije que no, que ahí estaban los señores más amables de todo el aeropuerto. El me preguntó: ¿por qué? Y yo le dije, pues porque la gente es muy linda. Espero que esas palabras sean lo que perdure en su memoria, que la gente en Colombia es muy linda y que en Migración Colombia no había ogros disfrazados de aeropuerto, sino personas amables, sensibles y que tratan a la personas con humanidad.

Al final y nuevamente gracias a Claudia López logramos superar la larga espera en Migración, en donde el agente se quedó un tiempo muy largo revisando una y otra vez nuestros documentos. Tras protestas del niño por la larga espera le dije que Claudia López le había mandado unas galletas de vainilla como premio por lograr esperar.

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